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Todo lo que veo es mío

En 1918 sucedieron en la Ciudad de Buenos Aires dos importantes hechos históricos: la inesperada llegada de la nieve y la visita de una estrella dadaísta, Marcel Duchamp. El artista que se animó a pintarle bigotes a la Mona Lisa tocó suelo porteño escapando de las restricciones de la Primera Guerra Mundial, y teniendo como único contacto con sus compañeros del movimiento las cartas de puño y letra en las que describía las extrañas costumbres de los argentinos. A través de las posibilidades infinitas de la ficción, Todo lo que veo es mío reconstruye los días de Duchamp entre las visitas a los lagos de Palermo y el ritual del mate.
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